Sylvia Saige, madrastra, se pasea por el dormitorio de su hijo mientras mira por la ventana. «¡Que Dios me ayude, el Diablo está a mi puerta!». Tiene el móvil en la mano y espera ansiosa el próximo mensaje de su marido. Ella le ha echado, esta vez para siempre, y él dice que quiere venir a recoger el resto de sus cosas, pero su hijastro, Dante, sabe que eso es sólo una excusa para irrumpir y destrozar sus cosas. Dante consuela a Sylvia y la abraza: «No te preocupes, hemos cambiado las cerraduras». Sylvia se siente pequeña y protegida en los brazos de su apuesto hijastro, y le mira con una dulce sonrisa. Apenas puede oír a su enfadado marido aporreando la puerta principal cuando está cerca de Dante. Su corazón se acelera, sus pezones se endurecen y sus bragas se humedecen. Es un desastre, pero se siente irresistiblemente atraída por el joven.
